viernes, 23 de abril de 2010

EL HOMBRE “CONECTADO” DE NAZARETH



El arroyo salta por sobre el mundo, se transforma en riachuelo, se vuelve río y se casa con el mar. Ninguna montaña lo detiene, ninguna roca le obstruye el camino.

La fuerza del arroyo está en la fuente escondida que brota a borbotones allí mismo donde él nace y donde no cesa de hincharse de vida. Todo el arroyo habla de su fuente; sin ella no es. Sin embargo no se la ve.

El hombre de Nazareth modesto arroyo de montaña, carcome las bases supuestamente indestructibles del gran Templo porque se ha convertido con el tiempo en una especie de prisión para Dios y para la conciencia de los humanos.

Dios es la fuente y es el mar. Surge desde las raíces del ser, parte las piedras, abre las tumbas y arrastra a todas las cosas hacia extensiones sin límites; hace tambalear la rectitud política, desafía la razón de Estado, la buena conciencia de las élites, el fanatismo de los maestros de la religión, el cinismo de los sabios, la traición de los amigos, el oportunismo de las masas, la muerte misma.

El hombre de Nazareth está “conectado” a su fuente. De allí su energía, su poder. Su fuerza discreta, silenciosa y arrolladora. Su eterna juventud y su resurrección cotidiana. Su nombre es Libertad, Su nombre es Amor. Y también Justicia. O simplemente: Humanidad. Con un rostro, un cuerpo, un corazón, un nombre.