martes, 25 de mayo de 2010

JESÚS NO ES UN PROFESOR


Jesús no es un profesor ni un predicador. “No enseña como los demás”, comenta la gente[1]. Habla con autoridad”, sin referirse a miles de autoridades. Sin repetir lo que otros han pensado antes. Habla desde lo suyo, desde adentro, desde lo que él siente, desde lo que él “es”. Por eso, su palabra tiene peso, tiene fuerza, tiene autoridad (“auto” significa “uno mismo”). Cuando habla dice “Yo”: “A ustedes les enseñaron eso, aquello y el otro; pues bien Yo les digo”[2].

El lenguaje de Jesús es el del pueblo, un lenguaje sencillo, al alcance de todos. Cuenta historias de la vida diaria, sin aclarar demasiado el significado de las mismas, para que la gente vaya descubriendo por su propia cuenta. Da una explicación sólo después de un cierto tiempo, como en el caso de la parábola del sembrador. Ese método le gusta. Algunos se quejan. Dicen que no entienden. Están acostumbrados a tenerlo todo masticado. Pero Jesús no les hace caso. Cree que son capaces. Pero ellos, no. No creen en sí mismos. Siempre han sido tratados de ignorantes, de incapaces. Siempre se les ha dicho que sólo el Maestro tiene la verdad y ellos no. Jesús no piensa así. “El sabe lo que cada uno tiene en su corazón”[3] Conoce la gran capacidad de la gente, sobre todo la más sencilla: “Gracias, Padre, porque has escondido esas cosas a los que saben y las has dado a conocer a los pequeños”[4].

Jesús no toma la gente como si fueran latas o valijas, o cosas. Le interesa que la gente participe, busque, se forme una idea personal y que no reciba todo con boca abierta sin reflexionar, a la manera de los pescados... Hemos aprendido que Jesús es la Verdad, pero hemos de saber que esa verdad se hace conocer no desde afuera, no desde arriba, sino desde el tesoro que uno, sin saberlo, tiene encerrado en el corazón... Jesús es un “despertador”, un “encendedor”; él es la “chispa” que hace que la luz se prenda en uno.

La enseñanza de Jesús no arranca de grandes ideas o principios abstractos sino de lo que la gente está viviendo, de lo que se plantea, de lo que está flotando en el aire. Por eso, lo importante para él es mirar, ver, tomar en cuenta, sentir lo que se vive alrededor, lo que se dice, lo que se sufre en el momento. Para Jesús, un pájaro volando y cantando está cargado de enseñanza. Y las flores del campo también, y el trabajo del labrador, del sembrador, del pescador, del pastor, de la cocinera, de la mujer que hace limpieza en la casa o la que da a luz; la lámpara, el pozo, la historia del pueblo, sus héroes: Abraham, David, Moisés, los Profetas, las creencias populares: Siloe, la torre caída, los espíritus, las costumbres religiosas, la arquitectura, los monumentos a los héroes, los camellos, las ovejas, el sol y la lluvia, el desierto, el cerro, el lago, el agua, el fuego, el dinero, las mujeres, las viudas desesperadas, los jueces, los notables, los intendentes pícaros, los hijos sinvergüenza, los duelos, las enfermedades, los locos, la miseria, el dolor, la vergüenza, la humillación, la impotencia de los pobres, los árboles, la vid, la higuera, las huertas, el pan, los ricos malos y prepotentes, los ricos buenos pero cómodos, las bodas, los aprovechadores del sistema de opresión, los teólogos, los biblistas, los sacerdotes, una mujer adúltera, los extranjeros, los paganos, etc. Jesús toma pretexto de un incidente, de una conversación, de una preocupación especial, de los sueños de la gente que lo rodea, de sus anhelos, de todo para enseñar. La enseñanza de Jesús es inseparable de la experiencia vivida por él y por los que caminan con él.

Nosotros tenemos la mala costumbre de saltar al significado o a la lección (moraleja) de las historias o comparaciones del Evangelio, sin seguir el camino de ellas, sin “andarlas”, sin dejarse enseñar por ellas. Así hacemos con nuestra propia vida, con sus lados lindos y sus lados feos; pasamos justito al lado de lo más importante, al lado del barro en que se mete la Palabra y el Soplo de Dios para hacer una creación... Seguimos a un Dios en las nubes, mientras él anda con nosotros en la tierra, en nuestra tierra, en nuestros caminos...

Desgraciadamente los redactores del Evangelio trabajaron un poco apurados, o quizás les faltaba papel o tinta, y no se detuvieron para describirnos el entorno, el contexto, en que han sido pronunciadas las palabras que conservaron de Jesús. O tal vez, imitaron a Jesús; no quisieron dar demasiados detalles con el fin de dejarnos el placer de imaginar, de adivinar, de descubrir todo por nuestra propia cuenta. Juan admite que tuvo que cortar muchas cosas de la historia de Jesús porque si la hubiese escrito toda, dice, “creo que no habría lugar en le mundo para tantos libros”[5].

Jesús quiere que pensemos, que descubramos, que imaginemos a partir de lo que vivimos, de lo que sentimos, de lo que comprendemos, de lo que vemos ... Quiere que nos expresemos y participemos. En muchos lugares del Evangelio lo vemos interrumpido por un discípulo o un adversario que le hace una pregunta, le plantea una duda, le pone una objeción. A veces responde a una pregunta con otra pregunta. Otras veces es él mismo que hace las preguntas: “¿Qué dice la gente?... ¿Qué dicen ustedes?...” El sabe que los que lo escuchan o interrogan tienen la respuesta y hace todo para que esa respuesta salga de su escondite; así con Pedro, que en un principio contesta cualquier cosa, pero al final, sin darse demasiado cuenta, saca de sus adentros unas verdades sorprendentes. En fin, cuando nadie habla, Jesús provoca con una palabra o un gesto que choca. Reta a veces para suscitar reacciones, fomentar discusiones, iniciar diálogos e inducir a la reflexión

A los que gritan su miseria y quieren ser sanados, Jesús los oye por encima de la muchedumbre que lo rodea, por encima de la bulla, por encima de todo. Le gusta la gente que expresa lo suyo y que hace todo para hacerse oír. Y lo gracioso es que a un pobre que lo llama a gritos para que lo cure, Jesús le pregunta “¿Qué quieres que haga por ti?” ¡Como si no supiera! Y, cuando el enfermo le contesta: “¡Qué me cures!”, Jesús simplemente le dice: “Anda nomás, “tu” fe te ha salvado.”[6] Jesús no cura. Es el enfermo quien se cura a sí mismo, por su fe. “¡Levántate, agrega Jesús sin vacilar, toma tu camilla y anda!”[7]

Un día, Jesús se acerca a un pozo en busca de agua; tiene sed. En eso se arrima una mujer también en busca de agua porque también tiene sed. Sed del cuerpo, porque es mediodía y está haciendo un calor tremendo; sed de felicidad porque le fue mal con los varios maridos que tuvo; sed de Dios porque le gustaría saber en qué templo o en qué religión se puede mejor encontrar a Dios. Jesús entabla la conversación con ella. La escucha muy entretenido plantear sus cosas, decir sus convicciones, expresar sus dudas. Al final, probablemente maravillado por la espontaneidad, el pico y las cavilaciones de esa mujer, él le participa que el problema con los templos y las religiones es parecido al del agua de pozo: uno bebe de todo aquello pero siempre vuelve a tener sed. El mejor templo, la mejor religión y el mejor pozo está dentro de uno. En lo profundo del ser brota un manantial de aguas vivas que saltan hasta la vida eterna; allí nada envejece, nada muere, porque es allí donde vive Dios, el que apaga toda sed. Ya ha llegado la hora de superar lo de los pozos, templos y religiones y descubrir esa maravillosa realidad8.

Nosotros estamos acostumbrados a ver al sacerdote que nos enseña desde el púlpito leyendo unos papeles, o al catequista enseñando como un maestro o una maestra con un libro en la mano, o a algún pastor predicando “a tiempo y destiempo”[8]. Pero, la forma de enseñar de Jesús salía de su propio caminar junto al pueblo, más desde abajo que desde arriba, y con la participación activa de la gente. Su objetivo era que la misma gente descubriera por sí sola que el Reino estaba ya en medio y dentro de ella. Que ella era la tierra, una tierra tal vez con piedras y espinos, pero también con muchas energías para que la Palabra germine y fructifique. Que así como en la semilla está el árbol, así, en cada uno y en cada una está la verdad, está el conocimiento, está el desarrollo, están el pan, el vino, la fiesta, la vida; están la plenitud y el mismo Dios.



[1]Marcos 1, 22

[2]Mateo 5, 21-22

[3] Lc 5,22; Jn 10,14

[4] Lucas 10,21

[5] Jn 21,25

[6] Marcos 10, 51-52; Lucas 7, 50

[7] Lucas 5, 24

[8] Juan 4, 1-24

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